sábado, 27 de junio de 2009

Perdón

Pero no siento la más minima tristeza (ni nada que se le parezca) por la muerte del señor Jackson.

Duda

-Vos: me querés o me amás?
-Yo te adoro, tontita.

viernes, 26 de junio de 2009

No tengo tanta paciencia, eh.
Ya no.

La mamá del año

No lo digo de resentida. Sé que en algún momento (más tarde, más temprano, acá o allá, con vos, con otro o con un donante) voy a ser madre. Pero nunca jamás seré (y por favor lean bien: nunca jamás) una de esas que dejan su identidad en la sala de partos. Pero eso no es lo peor: lo peor es que lo manifiestan. Lo hacen público. Por ejemplo: reemplazan su foto del perfil de Facebook por una de su bebé. Qué fastidio. Y ni hablar del famoso espacio en qué estás pensando? Ahí, estas madres que seguramente dicen bebe, así, sin tilde y con acento prosódico en la primera e, ponen cosas (en plural y con diminutivos recalcitrantes) como:

“seguimos con diarrea”

“nos duele la pancita”

"Volvimos a la normalidad con la comida....pero, mami, dame algo más contundente....ya me pudriste con el puré, la vitina y los fideos"


"Si seguís mordiendo así te vas a quedar sin teta"

Hoy, la máxima: "ya se destetó solito.......qué angustia tengo"

Es nesario?

miércoles, 24 de junio de 2009

Mientras estés conmigo

Él dice tal vez, a veces dice que no, y yo siempre digo que sí. Para mí, pescado, y para él, ya saben, nada que salga del agua. Él hace silencio. Yo también, respondo. Cuando estoy así revelo las verdades mejor cuidadas, y él se ríe. A los dos nos gusta The Ramones. Él, siamés; yo, Chow Chow. Con pimienta y sin queso. Sin pimienta y con queso. Malbec. Dos de miopía y 100 mcg de levotiroxina. Entraña con huevo frito. ¿come frito? Marlboro Light. Juntos. Comida. Oportunidad. Compartir. Por qué, por qué no. Singular. Plural. Limpieza & paz. ¿Barbijo? No: tapones en los oídos. Tengo miedo, no tengas miedo. Por vos caminaría todos los kilómetros del mundo. ¿Estás bien? estoy bien. ¿me estoy moviendo o estoy quieta? ¿qué acabo de decir? Apagá la luz. ¿Ya te vas a dormir? Mejor durmamos. Mejor, sí.

lunes, 22 de junio de 2009

Alan Pauls x Alan Pauls

Pero si yo te podía mostrar cómo funciona una mujer, Alan....
Entre el pelo y la carita, la carita.
Los hijos (de otros) en el cuarto de al lado
Podría hacerme la afectada pero no.

viernes, 19 de junio de 2009

de Justine II

El mal es el bien pervertido

No te pongas celoso, che.

Vos sos un Rutini de guarda.

jueves, 18 de junio de 2009

Shawarma

Comerse a uno de 20 es como comer un Shawarma. Tienen el mismo tiempo de cocción (un par de horas, unos pocos años, lo justo para deleitarnos pero no tanto como para enamorarnos) y cuando los probás se deshacen en tu boca. Ah: y casi nunca empalagan.

Modelo 82, usado, varios dueños

No exagero, no es una estrategia para alejarte: no tengo nada nuevo para darte. Creeme. Todo lo que soy capaz de dar ya lo di, ya lo escribí, ya lo hice. No me queda ningún gesto, ningún miedo, ningún beso (¿hay más allá del beso mariposa, esquimal, francés, sopapa?) Ni una palabra de aliento. Lo hice, lo di todo. No podría repetirlo, ni hacerlo de otra manera, ni una vez más: sería autoplagiarme. Repartir las sobras. La borra de mi amor. Escuchame, creeme cuando te digo que no, que lo nuestro no puede ser, que no tengo nada nuevo para darte.

Sabelo

Tu camisita celestita rayadita me pone de pésimo humor.

miércoles, 17 de junio de 2009

Creo en Jesús. Amén.

Confío

Detrás de la desconfianza está la vida
detrás de la mentira el miedo a la verdad
aunque asuste la idea de perderte
es más grande la vergüenza de no dejarte volar

Gustavo Cordera, Confío.

lunes, 15 de junio de 2009

Fire walk with me

No pueden dejar de ver Twin Peaks. Aquí, un compilado deluxe.

Luto

No hay peor duelo que el de la muerte de algo que nunca existió, que el de las expectativas que (ahora sé) no se cumplirán; el de abandonar y abandonarme para ser otra. Sobrevivir a tu ausencia, enterrar lo que no tuvimos, lo que no fuimos. Dejar de esperar para volver a esperar. Confiar y sorprenderme. No ser tan generosa. Ser menos necia. Ser menos cornuda. Retirarse a tiempo. Una vez más.

viernes, 12 de junio de 2009

jueves, 11 de junio de 2009

Picado grueso

Ahora decís eso, que me alcanzarías la toalla, pero yo sé que después, con el tiempo, ese mismo gesto va a adquirir la apariencia de una costumbre y cada vez que te diga "me voy a bañar" me vas a decir "no te olvides la toalla". Y me vas a terminar odiando (y probablemente, dejando) por mis listas del supermercado, que especifican producto, marca, tamaño y precio, además de prohibir cosas como repuestos de artículos de limpieza y aromatizantes con aroma de bebé. Ni hablar del salame picado grueso y el trapo rejilla en lugar de ballerina. Y ahora te gusta que canturree -decís que te gusta oirme cantar mientras riego las plantas- pero en unos meses, dame unos meses, vas a poner música para tapar mi voz, para no escucharme, para dejar de confirmar que las canciones que canto no son para vos. Y la ventana que se abre, siempre se abre, va a transformarse en una de tus bolsas de boxeo. Y le vas a convidar tomates secos a tu vieja con tal de que se acaben lo más rápido posible. Y no te alcanzo la toalla un carajo, nena. Porque es así, siempre pasa lo mismo: los estrenos se agotan la primera vez, en la primera vez se agotan los estrenos. Ya me probaste, ya te probé, ya podemos detestarnos.

miércoles, 10 de junio de 2009

De todo pero escort, no.

A ver, pibe: curtimos un par de veces hace dos años, cuando eras casado igual que ahora y yo no tenía novio. Te fuiste a vivir a Londres. Me puse de novia. Viniste algunas veces de visita y nunca acepté tu propuesta de vernos. Ahora que estás cerca de repatriarte me llamás. Me invitás a tomar un café. Te digo de almorzar. Me decís que no. Me decís de cenar. Te digo que no. No doy mensajes equívocos: digo que no quiero cenar con vos. Que da para un almuerzo. Insistís. ¿Una cena? No. Almuerzo el miércoles o nada. Silencio. Y este mensaje de texto, un lunes a la medianoche: call me if you change your mind. I've such a beautiful suite. No entendiste nada, pibe. No me interesas, ¿qué te hace pensar que quiero acostarme con vos después de dos años de no verte y de no-querer-verte? Y después, como si eso no alcanzara para que te mande a la m$%&&%%&&//, un mail que dice: quedan cenizas? Sí, quedan cenizas esparcidas en el mar de lo que no fue y jamás será. Come on. Don't you see? I wont call you because i wont change my mind. I've such a beautiful...

C:\Mis documentos\Perla\Guinness.doc

Fin de carrera: 240 días.

lunes, 8 de junio de 2009

Intimidad

Te cuento un secreto? Somos broches, no se lo digas a nadie.

De Justine

Sólo tres cosas se pueden hacer con una mujer: quererla, sufrir o hacer literatura.

sábado, 6 de junio de 2009

-viste que se mudó?
-viste qué lindo le queda el nuevo corte de pelo
-Es que a ella no le gusta el jamón
-ahora está dormida nada más
-sí, está un poco ansiosa

Detesto que hablen de mí, delante de mí, como si no estuviera presente.

viernes, 5 de junio de 2009

Lectura en el hotel

Mis amigas me preguntan qué deberían leer. Y yo no soy muy buena recomendando ni recordando: rara vez le pego al autor y al título. Tiro nombres, editoriales, fruta. Mejor pasen por este hotel y anoten las sugerencias de un entendido.

miércoles, 3 de junio de 2009

Próxima hamacada: jueves 19 hs.

martes, 2 de junio de 2009

Chochota

Se llamaba Ester pero le decían chochota. Jimena no sabe muy bien por qué. Alguna vez escuchó que cuando era joven tenía los ojos rasgados y el pelo negro y largo, con trenzas, y que por eso le decían la china. Supone que con el tiempo se fue degenerando –china, chinita, chinota- hasta convertirse en lo que quedó. Chochota no sólo es la más callada de sus tres tías abuelas, sino también la más gorda. Gorda de lástima. Es que a ella siempre le daba lástima que sobrara comida: uy este huevito relleno, ¿cómo vamos a tirarlo?, ¿y este matambrito? no puede ir a la basura. Y así, de pura lástima, comía, comía y comía. Su apellido era Goncalvez pero Jimena no supo esto hasta el día en que murió Chochota. Durante más de diez años les hizo creer que su apellido era Howard y que su padre había sido pirata. Aunque esto último era verdad. A Chochota le gustaba mucho sentarse con Jimena y su hermano en el living de su casa de la calle Yapeyú a contarles, una y otra vez, la misma historia: que su padre había sido pirata de un barco inglés (an english ship, decía, acentuando la p) y que decidió retirarse y venir a la Argentina cuando conoció a su madre, en España, a fines de la gran guerra. A pesar de que era muy expresiva para hablar –cada dos palabras estrenaba un gesto que casi siempre incluía un movimiento de manos exagerado, y levantaba las cejas hasta desfigurarse cuando se disgustaba por algo- en contadas ocasiones dejaba entrever su gran sentido d el humor. Según la mamá de Jimena, había tenido algunos novios durante su adolescencia pero a todos los había terminado espantando con alguna grosería o un capricho infantil. No era nada fácil lidiar con ella. Se quejaba por todo: el clima, el volumen del televisor, los vecinos, la comida, la cola del banco, el tamaño de las letras del shampoo. Cuando la llevaban al médico, por ejemplo, durante el trayecto de su casa al consultorio se quejaba de un dolor que parecía ser mortal y cuando llegaba su turno, entraba airosa y decía que estaba ahí para hacerse un control de rutina. Jimena pensaba que era una vieja malhumorada y resentida. Y tenía razón: hacía padecer al mundo entero su soltería.

Hasta los nueve años Jimena no compartió con ella más de dos o tres cumpleaños (las veces que lograron convencerla de celebrar juntas arruinó la reunión fingiendo un dolor fuerte en el pecho o una indigestión). Después empezó a verla todos los días. Iba a buscarlos al colegio, a su hermano y a ella y los cuidaba por la tarde. Tenía devoción por su hermano, el único varón de la familia. Se le notaba mucho. Preparaba sus platos favoritos, lo dejaba mirar televisión después de almorzar y todos los días le daba plata para comprar figuritas. Hasta lo dejaba eructar en la mesa y, de vez en cuando, ella se divertía compitiendo con él. El trato con Jimena, en cambio, era apenas amable. La obligaba a hacer la tarea y a tejer y nunca la dejaba bailar en su living porque decía que se le rayaba el parquet con sus zapatituchas de punta. Jimena se aburría y las tardes se le hacían interminables pero no se animaba a contradecirla porque le daba mucho miedo hacerla enojar. La más mínima provocación podía desatar en ella un ataque de ira espeluznante. Al principio Jimena creía que su antipatía con ella era una manera de reivindicar su protagonismo (ese que perdió el día que en que nació, el mismo en que Chochota celebraba sus sesenta años), pero después llegó a la conclusión de que en realidad su hermano le caía mejor porque siempre le decía piropos. Y a una mujer solterona y mayor como ella, un piropo es capaz de alegrarle el día, la semana, el mes, la vida. De muchas maneras Jimena intentó ganarse su afecto. Le dedicó tarjetas españolas hechas por ella, la eligió como madrina de confirmación y una vez hasta llegó a ofrecerle de acompañarla al centro de jubilados del barrio para ver si conocía algún abuelo. Pero nada funcionó. Sus tarjetas no estaba colgadas en la heladera ni debajo del vidrio de su mesa de luz, rechazó sin el menor signo de remordimiento su propuesta, alegando que ella ya tenía un ahijado (que, por supuesto, era su hermano) y que ya estaba grande para andar correteando abuelos. Lo dijo así: correteando abuelos. Un día le escuchó decir a Jimena que cuando fuera grande no quería ser gorda y quedarse soltera como la tía chochota. Ese fue el día en que todo empeoró y también, la última vez que estuvo en su casa. Dijo que ya no podía cuidarlos y que prefería morirse antes de aguantar a una chiquilina maleducada. Después de eso, la familia de Jimena se molestó mucho con ella porque malhumorada o no, lo cierto es que la tía se ocupaba de ellos. Jimena trató de explicar que no había sido a propósito, que no había querido lastimarla y que, en definitiva, lo que había dicho era verdad: le daba miedo convertirse en la tía Chochota, contagiarse de su desgracia como una maldición. Quiso decir eso pero terminó diciendo que era una vieja de mierda que no se merecía que todos se preocuparan tanto por ella. Eso le costó algunos gritos y unas cuántas semanas de penitencia. Se prometió vengarse algún día.

Durante casi siete años Jimena no vio a la tía chochota ni supo nada de ella. No atendía el teléfono ni la puerta y ni siquiera aparecía para navidad. Se enteraron que estaba enferma porque llamaron de la obra social para avisarles que estaba internada y que debían trasladarla a un hogar porque ya no podía vivir sola ni moverse por sus propios medios. Un problema en la cadera y Alzeihmer. Eso tenía.

Jimena no dudó en acompañar a su madre al hogar. Durante el viaje permaneció en silencio pero no tanto porque estaba hablando con ella misma, pensando un plan y desechándolo, otro plan que tampoco servía, hasta que finalmente surgió uno que la convenció. Su madre le pidió que fuera cuidadosa con la tía y ella asintió con un gesto que dio la impresión que estaba preocupada por su estado de salud.

Cuando la vieron les costó reconocer a la tía (había dejado de ser gorda, estaba algo pálida y se sostenía con la ayuda de un andador que acababa de presentar como “su auto”). Ella no los reconoció y eso se le notaba en su mirada. Naturalmente, el primero en saludarla fue su hermano a quien, antes de darle un beso, le preguntó quién era, con una voz apenas audible que mezclaba extrañeza y algo de disgusto. Jimena estaba desconcertada. Si Chochota no sabía quién era su hermano mal podía acordarse de ella. Siguió su mamá y, por último le tocó el turno a ella.
-Hola tía, qué alegría volver a verla –dijo Jimena con una sonrisa falsa.
-¿Tía? ¿Vos sos mi sobrina? No puede ser. Hubiese recordado tener una sobrina tan linda como vos.
No supo qué responder. Le resultaba extraño verla hablar sin hacer ningún gesto, sin parecer exagerada. Pero más extraño era escucharla decir algo bueno sobre ella. Pensó que la tía se estaba burlando de ellos. Intentó provocarla:
-Pero ¿cómo? chochota ¿No se acuerda de mí? Soy Jimena, la hermana de Damián, su sobrino favorito. Cumplo años el mismo día que usted. No puede no recordarme.
-No sé quién sos ni de qué Damián me estás hablando.

Hubo un silencio que duró unos minutos y se rompió cuando en el afán de despabilarla, Damián arriesgó algunas preguntas cargadas de complicidad, referidas a anécdotas y gustos personales de la tía. Surgió un nuevo silencio que esta vez se extendió más y evidenció a una Chochota incapaz de dar señales de lucidez. Los buscaba con la mirada y cuando conseguía fijarla en alguno, giraba la cabeza y miraba para otro lado como si estuviera buscando a otra persona. Al rato volvió a preguntarles quiénes eran, y reiteradas veces por un tal Antonio, el médico del hogar. Se ve que ahora sí tenía ganas de andar correteando viejitos. Jimena se ofreció para ir a buscarlo. Estaba segura de que eso lo había entendido porque cuando terminó de decirlo la tía esbozó una tímida sonrisa. Jimena caminó hasta la cocina y ahí se detuvo. Observaba con atención el piso de madera del patio cubierto donde todas las tardes los abuelos tomaban el te, la cartelera de los cumpleaños, el cementerio de pastilleros sobre la mesada. Pensaba cómo actuar. Estudiaba la zona. Intentaba reconocer el personal y su recorrido. Calculó distancias. Identificó posibles vías de escape. Buscó una toma de electricidad. Salió de la cocina y regresó caminando hacia la entrada, sola, sin Antonio. La tía le creyó cuando ella dijo que no logró ubicarlo pero que no iba a tardar en hacerlo. Antes de irse, Jimena y su familia le prometieron a la tía Chochota que iban a volver pronto. Ella dijo: chau, si la veo a Nelly le digo que vinieron a visitarla.

Desde esa tarde, es decir desde la última vez que Jimena vió a su tía, hasta hoy pasaron tres meses. Ni bien entra al hogar reconoce el rostro de la enfermera que la recibe. Dice que su tía está en la habitación. Le pide que la anuncie y que por favor la traiga al patio porque tiene una sorpresa para darle. Allí hay un montón de abuelos y abuelas que se acercan a saludarla, confundiéndola con otra persona, y luego se van ubicando en las mesas, que ya están servidas para el te. La espera la pone nerviosa. Pero no es ese, en realidad, el motivo de su estado: hay más gente de la que había calculado aquella vez y no está muy segura de poder hacerlo. Pero sabe, también, que no puede echarse para atrás: tiene que cumplir con lo que se había propuesto. Aprovecha esos minutos para vestirse y prepararse. Repasa el plan. Ensaya mentalmente los movimientos. Pide que apaguen algunas luces. De repente, la ve venir: más flaca y más chiquitita. Desmejorada. Supo en ese instante que se había vuelto inofensiva y que no era capaz de ofrecer ninguna resistencia.
-Hola tía chochota
-¿Y vos quién sos?
-Vení. Sentate acá- la ubica en una de las mesas que están más cerca de la cocina, donde había encontrado el único enchufe disponible. Comienza a sonar la música y Jimena a deslizarse sobre el piso de madera. Se arquea hacia atrás. Se endereza. Relaja su cuello en forma circular. Se para sobre sus puntas. Despliega los brazos como un cisne. Gira. Se asegura de que cada giro termine frente a su tía pero no la mira. Eleva una pierna y salta. Gira una vez más. Sigue sin mirarla. Hace una contracción de torso. Se endereza una vez más. Acelera sus pasos, avanza, y luego se desliza hacia atrás formando ochos con sus pies. Se detiene cuando una de sus zapatillas de punta se traba con un tarugo que sobresale del piso. Entonces levanta la cabeza e improvisa una pose final. Los abuelos aplauden. La tía Chochota también. Cuando todavía la música sigue sonando, Jimena se acerca a su tía y le dice al oído: feliz cumpleaños.

lunes, 1 de junio de 2009

Here's your ring

Ohh, Selma