jueves, 14 de agosto de 2008

Sobre el amor y la distancia. O la distancia del amor.

Mi amiga Anita se fue a trabajar tres meses a un centro de Ski en Colorado y conoció a un Húngaro que le voló la peluca. Se pusieron de novios la primera vez que se besaron. Al otro día, ella abandonó a su roomate japonesa que se bañaba una vez por semana y se mudó al departamento de él. Mucho no se entendían porque el no hablaba español y ella apenas algunas palabras en inglés pero curtían bárbaro así que eso no importaba demasiado. Era raro verlos en las fotos a él tan rubio, tan europeo, tan alto, al lado de mi pequeña y morochísima amiga. Cuando terminó el work and travel program cada uno regresó a su país de origen, no sin antes hacer un pacto que incluía un encuentro en Budapest en el verano y fidelidad (algo que, con la distancia y el tiempo, termina convirtiéndose en castidad). Así estuvieron un año. Un año de Skype, Messenger, Facebook y Flickr. De conversaciones a medianoche. Un año de no compartir más que un chat en el que “hablaban” sobre diarios distintos, sobre cumpleaños a los que fueron solos, anécdotas de amigos que ninguno de los dos conoce. De cuánto calor hacía acá mientras allá nevaba. Un año de no verse ni tocarse, aunque esto último lo hacían seguido. Virtualmente, claro. Acomodaban sus web cams, se desnudaban, y empezaba la función. Ella se vestía para él y se divertía escuchándolo decir frases como “muestrame tu tajo, chiquitita”, en un español tan forzado como oportuno. Nunca acababan al mismo tiempo pero igual se sentían unidos. A su manera. Unidos.
Mientras Anita me contaba esta y otras cosas a mí me surgía una alegría vergonzosamente egoísta de no estar en su situación. Hubiera querido decirle que para mí era una locura, que esa relación no tenía futuro y que era sobrehumano (y hasta ridículo) el esfuerzo que estaba haciendo, pero no me animé. Llegó el verano y ella cumplió con su parte del trato: viajó a Budapest. El la estaba esperando en un departamento que había alquilado para la ocasión. Mucha familia, mucho recorrido por lugares típicos, mucha cerveza, mucha páprika, mucho sexo no virtual. Gemidos face to face. Una semana antes de regresar a Buenos Aires y no verlo nunca más, Anita me escribió un mail. Decía que estaba feliz de estar ahí pero que al mismo tiempo se sentía triste porque sabía que pronto se separarían una vez más y que creía que no iba a poder resistir otro año más así. Me preguntó qué haría en su lugar. Menos mal que no le respondí. Todo lo que hubiera argumentado en ese momento lo utilizaría hoy en mi contra.

8 comentarios:

Siesta escandalosa dijo...

Uy.

Soy peregrinaperla dijo...

Qué poco compromiso, Clau. Dale, decime qué le hubieras dicho vos.

Anónimo dijo...

¿se...quedó?
non capito

Soy peregrinaperla dijo...

Negativo. Se volvió y ahora está más soltera que yo.

Anónimo dijo...

Qué bien que estás escribiendo, Perla amiga.
Besos!
Astrid

Soy peregrinaperla dijo...

Gracias, amiga Astrid. Un pajarito me contó que vos también estás escribiendo muy bien. Estoy esperando el relato del sujeto que anda en calzones por la vida.
Besos

EmmaPeel dijo...

¿Se volvió?
ufa
le tenía fe al amor en budapest (el título de un fox trot que bailaba con mis tías debajo del ciruelo)

Soy peregrinaperla dijo...

Se volvió, sí. Una lástima. Lamentablemente, Emmapeel, a mí me hace acordar a la canción de Fito "un rosarino en Budapest" lo que me hace envidiar sanamente tu recuerdo de fox trox.