Ir al centro, a las seis de la tarde, el día que velan a Alfonsín en el Congreso, a hacer un trámite para tu novio, es un acto de amor.
Volver al centro, un viernes, a las ocho y media de la manaña, a hacer un trámite para tu novio por segunda vez porque el día que intentaste hacerlo velaban a Alfonsín en el Congreso y no sólo pagaste cuarenta y dos pesos de taxi sino que nunca llegaste porque te cerró el lugar; confundirte Pueyrredón con Callao, pasarte y retomar, dar vueltas buscando un estacionamiento, encontrar uno a diez cuadras, pagar seis pesos por quince minutos, es un acto de amor, desmesurado y casi estúpido.
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