Digamos que me hicieron católica: me bautizaron, me obligaron a tomar la comunión y tengo madrina de confirmación. Fui a colegio de monjas. Me expulsaron en séptimo grado por apretar con un noviecito en la puerta. ¿No era que el amor era el sentimiento más lindo del mundo y que nosotros, los cristianos, debíamos seguir el ejemplo de Jesús y dar amor? Pero, Hermana, no se horrorice tanto: eso es lo que estaba haciendo. No llame a mi casa. Por favor. Por favor. Apenas unos besos sin lengua. No lo hago más. Si quiere se lo cuento al padre Manuel. Por favor. Creo que desde ese entonces dejé de hacerme la señal de la cruz al pasar por una iglesia. También, de confesarme. Ni siquiera me acuerdo entero el padre nuestro. Sí que siempre venía acompañado por un Ave María. Y que la seguidilla terminaba "y con tu espíritu". En algo soy coherente: no rezo para agradecer pero tampoco para pedir. No uso rosarios, ni guardo estampitas entre lás páginas de un libro. Ayer, sin embargo, comí pescado. Y me hice la dormida para seguir cumpliendo.
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