lunes, 9 de febrero de 2009

Apostillas de una reunión en lo de Magaló

La idea era atractiva por diferentes motivos pero, aún así, resultaba extraña. Para todas. Al menos, para mí. Era extraña. Aunque, pensándolo bien, extraña no es la palabra. Más bien, diría, bizarra. Algo morbosa. Es que en el fondo, más que una prueba de reconocimiento- algo inevitable considerando que hacía quince años que no nos veíamos-, era el deseo de corroborar que una está mejor que el resto. Suena mal pero es así: uno cree, sabe, que durante todo ese tiempo progresó, creció y maduró. Pero, por sobre todo, cree que es la única. Y esto es lo más grave. Comprobar eso, no podemos negarlo (fuimos a colegio de monjas pero ninguna es una carmelita descalza) da cierto placer. El hecho de llegar a casa y contarle a nuestras madres: “che, la vi a fulanita, no sabés, está hecha mierda, no hizo nada de su vida, pobre”, da cierto placer. Sin embargo, no le teníamos, sospecho, tanto miedo a la comparación entre nosotras, sino a la comparación con nosotras mismas: una cara de doce versus una cara de veintiséis. Un cuerpo de doce versus un cuerpo de veintiséis (se habrá operado alguna? cómo se mantendrá mengana?)

También hay que reconocer que era una buena oportunidad de echarnos en cara cosas que en la adolescencia no nos animamos a escupir (yo, por ejemplo, todavía no le perdono a Peluso haberse reído de mi anillo) De pasar facturas en australes. De confesar que en realidad nos gustaba su noviecito y que por eso la dejábamos de lado. De pedir perdones oxidados. De recordar historias que habían quedado en el olvido. Afortunadamente, nada de eso sucedió. No hubo en nuestro reencuentro aire de competencia. Sí, de complicidad. También hubo espontaneidad y muchas risas. Relatos desopilantes y algunos muy vergonzosos (no me acordaba que me habían querido echar del viaje de egresados por haber visto, por accidente, a un compañero desnudo) Una mesa con mamaderas, mate, cuernitos y cigarrillos. Discovery Kids de fondo. Afortunadamente, el encuentro fue de todo menos morboso. Me sorprendieron y me sorprendí a mí misma cuando me escuché decirle a mi mamá que las había visto más lindas que nunca; alegres, maduras, exitosas y realizadas. Verlas así, lejos de incomodarme, me hizo sentir feliz: por ellas y por mí. Por saber que no soy la única.

1 comentario:

Anónimo dijo...

facilidad de palabra se llama eso...reflejo fiel de lo que dejó la reunión...hermoso encuentro...

Besos
Caro Pattini