jueves, 13 de marzo de 2008
Sí, quiero
Lo guardé en un cajón de mi mesa de luz. Con rencor. No sin tristeza. Era el segundo intento de deshacerme de él. El autobronceante no había alcanzado a disimular su marca en mi dedo anular. Ahí, en ese cajón, entre cremas, hebillas y curitas sin pegamento, estuvo durante algunos años. Tantos como los que duró nuestra relación. Pocas veces lo volví a ver. Me acuerdo que una noche lo saqué, lo hice girar sobre la mesa, y me lo probé: el mismo nombre, la fecha de un aniversario que no fue. Después lo perdí de vista. Pensé que lo había perdido. Pero hoy, mientras embalaba mis cosas para mudarme con él, lo encontré. Estaba ahí, en el cajón, entre cremas, hebillas y curitas sin pegamento. Intacto. Reluciente. Con tu nombre y una fecha que había olvidado. Macizo. Sin ningún signo de deterioro. El tercer intento no puede fallar. Lo saco. Voy a la calle Libertad. Lo pesan: veinte gramos. Me ofrecen doscientos pesos. Acepto. Entrego el anillo con tu nombre, te entrego a vos, que ahora sé que pesas veinte gramos: vendo mi pasado por doscientos pesos. Más tarde me encuentro con él. Lo invito a cenar. Le digo que tenemos algo que festejar. Al otro día recibo tu mail con la noticia del casamiento. Cada uno hace con sus fracasos lo que puede.
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3 comentarios:
Jajajaja, g e n i a l.
Podía reirme, ¿no?
Me hiciste acordar cuando encontré una alianza de mi ex marido. También estaba grabada, pero no con mi nombre. La vendí. Como en aquel momento el oro cotizaba alto en Brasil, me compré mucha ropa. Supongo que él ligó alguna remera.
No suelo ser tan mezquina con las ganancias de fracasos ajenos, pero no tuve opción. El asunto no venía para grandes agasajos.
genial, es que es así: cada uno hace lo que puede jajaja, genial!
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