jueves, 20 de noviembre de 2008

Un cubo con seis caras del mismo color

Sabía que esto iba a suceder. En algún momento pasa. El aburrimiento llega con aire de tranquilidad –que al rato se enrarece y se transforma en alivio y después en esto insoportable que es ahora-, se sienta en el sillón de los invitados no gratos y ahí se queda. Es poderosísimo. Hace que cada imagen sea susceptible de convertirse en una película que ya vi. Destruye cualquier posibilidad de asombro. Es cargar la planilla horaria día y noche. Una ruta que se transforma, de repente, en la ruta del desierto. Nunca una curva, nunca un lomo de burro, nunca un burro. El aburrimiento es la nada misma. Es agua sin gas, es subte-trabajo, subte-casa. Es fideos de arroz. Un cubo con seis caras del mismo color. No levantar la cabeza por nada. No tener piel de gallina. No estremecerse, no gritar, cansarse de escuchar frases hechas. Lugares comunes. Es no acabar. Lo insulso de lo insulso de lo insulso. Chocolate con almendras arriba y sambayón abajo. Es espiar los resultados del crucigrama. La no rutina. La clave, intuyo, debe ser no acostumbrarse al aburrimiento. Saber ahuyentarlo haciendo cosas nuevas, diferentes, loquísimas. Entonces: comienza un nuevo día y va a ser diferente y pará. Yo esta película ya la vi. Ahora veo a alguien muy parecido a mí que, en realidad, a ver, soy yo. Me estoy viendo a mí, en el mismo papel en el que hacía de esa chica que mentía y aseguraba que decía siempre la verdad. En este sillón hay lugar para uno solo.

Cuando estoy aburrida escribo cosas así.

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