I.
Estoy en el balcón. Sola. Tomando Pineral, fumando, escuchando Adriana Varela (Buscá de frente al espejo, en el botiquín del baño, el frasco del desengaño ya no tiene más pastillas, jugatela a hacerla sencillaque este puede ser tu año. Besala como sabés, regalate la poesía de vivir en compañia de la mujer que querés. Convencete que podés, no te vayas a Sevilla que vas a perder la silla y la alegría más bonita de encontrar la bombachita colgando de la canilla), comiendo Twistos de queso y viéndome a mí misma en la pantalla de la compu. No es un wallpaper: es el reflejo. Son las ocho pero parecen las cuatro de la tarde. Estoy acá, escribiendo y puteando en arameo porque mis vecinos (o los invitados de mis vecinos, los no propietarios que hacen uso de las instalaciones de mi propiedad, cosa que me enerva mucho, muchísimo más) se tiran a la pileta como si fuera una pileta olímpica y me salpican a mí, que tengo la desgracia de tener el balcón justito en el piso de abajo. Miro el balcón del séptimo piso del edificio de enfrente. A diferencia del mío, que sólo tiene plantas que no riego desde hace una semana, y una mesita sin florero, están llenos de cosas: triciclos, una casita de madera con juguetes, una pelota, una bicicleta, unas latas de pintura. Es un balcón muy contaminado. Sospecho que el departamento no tiene baulera y no les queda otra que acumular sus bártulos (los de sus hijos, bah) ahí. Así y todo, parece un balcón alegre. O, mejor dicho, el balcón de una familia alegre. Lo digo por lo colorido. Pienso en mi balcón ideal. Me imagino algo muy minimalista. Un cantero de cemento, quizás, con plantas monocromáticas: tulipanes blancos, podría ser. Nada de rejas ni alambrados. Me pregunto qué pensarán ellos, mis vecinos de enfrente, de mi balcón y de mí. Cómo pensarán que soy. Qué impresión daré. ¿Me juzgarán por ver mis plantas marchitas?
II.
Acabo de volver de la pileta. Mejor dicho, de amenazar a las cinco chicas que se estaban tirando bomba. Fueron educadas, pidieron disculpas y prometieron no hacerlo más. Una lástima. En algún punto me molesta que hayan acatado tan rápidamente, sin siquiera defenderse. Estaba para discutir un rato con alguien y ellas, además de mojarme durante una hora y hacerme enojar, anularon mi oportunidad de descargarme. Ahora estoy seca y más caliente que antes. Adriana sigue cantando: ¡Pa’ lo que te va a durar, tanta alegría y placer! Lo que vas a cosechar cuando entrés a recoger, cuando te des cuenta exacta de que te has gastáo la vida, en aprontes y partidas, muchacho, te quiero ver. Necesito un refill de Pineral. Voy por eso pero, antes, hago una parada en el baño y lleno la regadera. Me siento culpable o le tengo mucho miedo al qué dirán.
III.
Estoy en el balcón. Sola. Tomando Pineral, fumando, escuchando Adriana Varela (Buscá de frente al espejo, en el botiquín del baño, el frasco del desengaño ya no tiene más pastillas, jugatela a hacerla sencillaque este puede ser tu año. Besala como sabés, regalate la poesía de vivir en compañia de la mujer que querés. Convencete que podés, no te vayas a Sevilla que vas a perder la silla y la alegría más bonita de encontrar la bombachita colgando de la canilla), comiendo Twistos de queso y viéndome a mí misma en la pantalla de la compu. No es un wallpaper: es el reflejo. Son las ocho pero parecen las cuatro de la tarde. Estoy acá, escribiendo y puteando en arameo porque mis vecinos (o los invitados de mis vecinos, los no propietarios que hacen uso de las instalaciones de mi propiedad, cosa que me enerva mucho, muchísimo más) se tiran a la pileta como si fuera una pileta olímpica y me salpican a mí, que tengo la desgracia de tener el balcón justito en el piso de abajo. Miro el balcón del séptimo piso del edificio de enfrente. A diferencia del mío, que sólo tiene plantas que no riego desde hace una semana, y una mesita sin florero, están llenos de cosas: triciclos, una casita de madera con juguetes, una pelota, una bicicleta, unas latas de pintura. Es un balcón muy contaminado. Sospecho que el departamento no tiene baulera y no les queda otra que acumular sus bártulos (los de sus hijos, bah) ahí. Así y todo, parece un balcón alegre. O, mejor dicho, el balcón de una familia alegre. Lo digo por lo colorido. Pienso en mi balcón ideal. Me imagino algo muy minimalista. Un cantero de cemento, quizás, con plantas monocromáticas: tulipanes blancos, podría ser. Nada de rejas ni alambrados. Me pregunto qué pensarán ellos, mis vecinos de enfrente, de mi balcón y de mí. Cómo pensarán que soy. Qué impresión daré. ¿Me juzgarán por ver mis plantas marchitas?
II.
Acabo de volver de la pileta. Mejor dicho, de amenazar a las cinco chicas que se estaban tirando bomba. Fueron educadas, pidieron disculpas y prometieron no hacerlo más. Una lástima. En algún punto me molesta que hayan acatado tan rápidamente, sin siquiera defenderse. Estaba para discutir un rato con alguien y ellas, además de mojarme durante una hora y hacerme enojar, anularon mi oportunidad de descargarme. Ahora estoy seca y más caliente que antes. Adriana sigue cantando: ¡Pa’ lo que te va a durar, tanta alegría y placer! Lo que vas a cosechar cuando entrés a recoger, cuando te des cuenta exacta de que te has gastáo la vida, en aprontes y partidas, muchacho, te quiero ver. Necesito un refill de Pineral. Voy por eso pero, antes, hago una parada en el baño y lleno la regadera. Me siento culpable o le tengo mucho miedo al qué dirán.
III.
Sigo fumando. Ya no hay ruidos de pileta. Cambié el Pineral por una Budweiser y Adriana Varela por Edmundo Rivero. Cómo me gusta, cuánto me alegra. Lo escucho e imagino que es mi abuelo y que me dedica Atenti pebeta: cuando estés en la vereda y te fiche un bacanazo, vos hacete la chitrula y no te le deschavés; que no manye que estás lista al primer tiro de lazo, y que por un par de leones bien planchados te perdés. Si ves unos guantes patito, ¡rajales!; a un par de polainas, ¡rajales también! A esos sobretodos con catorce ojales no les des bolilla, por que te perdés; a esos bigotitos de catorce líneas que en vez de bigote son un espinel... ¡atenti, pebeta!, seguí mi consejo: yo soy zorro viejo y te quiero bien.
IV.
Suena el celular. Es mi amiga Anita. Me pregunta qué voy a hacer. Me invita a cenar. Nos contamos qué hicimos durante el día. Nos despedimos. Me dice que me quiere. Anita es la persona que más me dice que me quiere.
V.
Suena el celular. Es mi amiga Anita. Me pregunta qué voy a hacer. Me invita a cenar. Nos contamos qué hicimos durante el día. Nos despedimos. Me dice que me quiere. Anita es la persona que más me dice que me quiere.
V.
Acabo de encontrar un documento que se titula “Balance”. Tiene fecha de diciembre de 2007. Lo abro y me sorprendo: dice lo mismo que escribiría para hacer mi balance de este año. O casi lo mismo. Porque Diciembre es un mes de balances aunque uno no siempre quiera mirar para atrás. Es el cierre de nuestro año fiscal y cada uno sabe qué ganó y qué perdió. Qué cosas quedaron pendientes. La columna del Debe, en rojo. Igual, voy a hacer el ejercicio. Y voy a hacerlo ahora, acá, porque en París me va a costar mucho ser objetiva. Voy por trimestres.
Enero-marzo: buen comienzo. Trabajo y amor en alza. Salud estable. Inseguridades. Muy poco deporte. Llamados sospechosos. Persecusión. Sospechas.
Abril-Junio: Vacaciones en NYC. Gran momento. Mucha salida con amigos. La primera despedida. Viajes en singular. Cumpleaños número 26. Alegría. Tensión. Nada de deporte. Algo de lectura. Rezo por mi hermana. Miedo. Inseguridades.
Julio-Septiembre: sospechas transformadas en certezas. Verdades que duelen. Distanciamiento. Tristeza infinita. Vómitos. Llanto. Desconsuelo. Babasónicos interruptus. Soledad. Deporte cero. Ganas de cambiar de rumbo. Inesperado cambio de planes. Reconciliación. Estabilización. Expectativas. Menos inseguridades.
Octubre-Diciembre: viaje. Despedida. Distancia. Ascenso laboral. Más guita, más ahorro, menor compulsión a la hora de comprar. Tranquilidad. Sensación de haber recuperado el eje. Mi eje. Cultivo de tolerancia. Objetividad. Mucho blog. Mucho domingo en casa. Mucha siesta escandalosa. La necesidad de afianzar o de disolver. Otro viaje: ansiedad. Ganas de conocer, de sorprenderme; de ver, decir y escucharlo todo. Ganas de no escuchar más algunas cosas.
VI.
Por fin cayó el sol. Ya no veo qué pasa arriba ni enfrente. Tampoco mi reflejo. Está todo apagado. Voy al chino. Compro Patitas para dos: mi mejor amigo y yo. Sé cómo va a terminar la noche. Sé que voy a dormir en paz porque hay alguien del otro lado del mundo que hace que yo duerma bien. No estuvo para nada mal este domingo con Adriana y Edmundo. El 2008 fue un buen año. Ya sé lo que voy a pedir a Papá Noel para el 2009. Salud.
4 comentarios:
Las frases de cierre de cada una de las notas son tremendas, la angustia te agarra del cuello y te sostiene ahí. Me gustó.
Salud, Perlísima. Que sí, que el 2009 feliz te traiga eso que querés.
Brindo por el encuentro, muchos besos!
Gracias por el good karma, Meki. Irradias buena energía y me dan ganas de tenerte siempre ahí, cerquita de Perla.
PD: estoy lista para comer fideos con SALSA.
beso para vos.
Azúuuucar
El 2009 posta que viene mejor, ya me asomé a verlo
besos mishón
Qué bueno, Perla! Es mutuo! Ahí estoy viendo si se hacen o no los fideos esta semana y te aviso. Besos!
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