jueves, 8 de mayo de 2008

Nunca le conté a nadie de nuestro debut

Se llamaba Julia. La profesora de geografía de segundo grado nos sentó al lado el primer día de clase. Así la conocí. Era flaquita, tenía mucho pelo y muy grueso y hablaba tan rápido que tenía que repetir todo dos veces. Para peor, no pronunciaba la erre. En lugar de esperá, decía espeá. Yo era la única que le entendía. Y a ella le gustaba eso. También, ponerme a prueba: a veces, cuando tenía que decirme algo, aceleraba las palabras a su máxima velocidad. Yo nunca repreguntaba. Nos hicimos mejores amigas. Hasta que egresamos mantuvimos esos lugares.

Salíamos del cole, almorzábamos en la casa de alguna y pasábamos la tarde, juntas. Caminábamos abrazadas, escuchábamos música, nos probábamos la ropa de nuestras hermanas mayores, imitábamos los musicales de Xuxa. En sexto grado empezamos a ir a algunos bailes. Llegábamos juntas, con la misma ropa. Los regalos tenían, siempre, una tarjeta firmada por las dos. La noche de nuestro primer beso es la que más recuerdo. Fue en el garage de una compañera que cumplía años. A mí me gustaba Hugo y a ella Emiliano. Nos paramos en fila, una al lado de la otra y los chicos hicieron lo mismo, enfrentándonos. Apagamos la luz. Contamos cinco pasos y nos encontramos en el medio con ellos. Nos besamos. Una sola vez. Un beso. Después del cumpleaños, Julia se quedó a dormir en casa. Era inevitable no hablar de lo que había sucedido. A las dos nos gustó la sensación de apoyar un labio sobre otro. No sé si tanto Emiliano y Hugo. Un labio sobre otro. Creo que nos dormimos muy cerca esa noche.

Primavera. Era nuestra estación preferida. Generalmente celebrábamos su llegada en el country de Julia, en Luján, donde pasábamos la mayoría de los fines de semana. Todo el día arriba de la bicicleta, desafiando calles de tierra, comiendo golosinas, juntas. Cortábamos flores blancas de algún jardín ajeno, hacíamos un ramillete y nos lo poníamos en el pelo. A Julia le duraba todo el día. Tenía mucho pelo y muy grueso. A mí no. En ese momento la veía mucho más linda que yo.

No sabía que existía el juego del submarino hasta que lo inventé. No podría decir que era infantil. Sí, excitante. Julia se acostaba y yo encima suyo, y nos tapábamos hasta la cabeza con un edredón rosa con ribetes de raso. Teníamos doce. Yo me movía y decía que estábamos en un submarino que naufragaba en el océano. Ella acompañaba mis movimientos y me rozaba con sus rodillas. Nunca le conté a nadie de nuestro debut. Sospecho que ella tampoco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sacaste el minuto a minuto ese que habías puesto. Pucha, era divertido.
L.